El mero hecho
Creo que no
me precipito al comunicar, pública y oficialmente, que, el tan aludido,
requerido, suplicado y a veces ninguneado, espíritu navideño, por fin, se ha
hecho fuerte en algún recoveco de mi yo más superficial. Con dicha superficialidad no pretendo decir
que estos días tan obligadamente placenteros y dichosos de obligado cumplimiento, no merezcan el
incesante alarde de felicidad, que vamos vertiendo por doquier, es simplemente
que se me nota en la actitud. Disfruto con la fluidez de aquel que aparentemente
todo le marcha bien y con el entusiasmo de un niño de 52 años, que se ha visto
obligado a entender, que el paso del tiempo conlleva ciertos aclimatamientos
físicos y espirituales, a fuerza de comparar cansancios actuales con otros ya caducos.
Y es que por fin amigos, llegó la
Navidad.
Los
primeros días de esta última quincena y siempre cada año, me gusta
rendir un póstumo homenaje a aquellas Navidades ya tan lejanas, que incluso no
parecen representar lo mismo. Se me antoja ardua la tarea de hacer comprender a
mis retoños, que las hoy día tan voluptuosas y para algunos hasta “prescindibles”
fiestas, antaño desprendían un halo de buena voluntad tan evidente, que raro
era encontrarse con aquel vecino gruñón, ávido secuestrador de pelotas de goma, de
rictus permanentemente amargado con mirada alevosamente acojonadora, y no darte
cuenta que algo estaba forzando la comisura de sus labios a alzarse hacia sus
pobladas cejas. Aunque si bien es cierto que el cruce era mas agradable que el
resto del año, tampoco estaba exento de un alto grado de desconfianza, por si despertábamos
la fiera que permanecía latente en su interior. Que grande don Fidel.
En mi
vieja casa, de dos habitaciones y diminuto baño que aún esperaba inventos tan
actuales como el bidé y la bañera, se daba cobijo a siete almas en temporada
baja, y aunque eso ya de por sí contribuía a una fiesta cuasi permanente, no
era óbice para ampliar la jovialidad llegadas estas alturas de año.
Recuerdo
la llegada cada año, unos días antes de la Nochebuena, de un nuevo miembro
familiar. Sin partos ni previo aviso, siempre llegaba aquel día, en que al
entrar a aquel exiguo habitáculo en el que nos aseábamos a diario te veías
obligado a maniobrar pues nos había crecido un cabrito atado al lavabo, al cual
mi añorado tío Cano siempre le ponía un dicharachero nombre para evitar herir
sus sentimientos al referirse al animal con un “quita bicho”. Que gran corazón
tenía el cachondo de mi tío (un beso desde aquí abajo).
Dicha aparición suscitaba en mí tal estupor que
me hacía brotar un desinterés total en todo lo relativo a la higiene personal.
La visita anual de dicho animal siempre finalizaba de la misma manera.
Sin más.
Pero el hecho de que su desaparición siempre coincidiera con la mejor cena del
año, empezó a llenarme la cabeza de disparatadas sospechas sobre conspiraciones
“gastro-caprunas”, hasta que con el paso del tiempo pude almacenar estos hechos
en la alforja de los desengaños puestos al descubierto por sí mismos, en donde al
guardar uno tras otro, no tardaría en quedar tapado por otros más triviales como lo eran los Reyes
Magos, el Sexo fácil y la Justicia Social.
También
recuerdo con cariño, las salidas para pedir el aguinaldo. El día 24 se
convertía en esto que hoy se ha dado en denominarse jornada de puertas abiertas,
éramos bien recibido en todos los hogares conocidos, pero también en los no
tanto. Por aquellos entonces la gran mayoría de habitantes de Alcalá de Henares
atravesaban un periodo de, llamémosle “falta
de liquidez acuciante” por lo que la dádiva se ofrecía en forma de copita de anís
y polvorón. Llegados a este punto, debería contextualizar, que en nuestra
propia casa se nos alentaba el apetito con Quina Santa Catalina ó Lágrimas del
Jabalón lo cual nos revestía de inmunidad alcohólica.
Puede
parecer que unos recuerdos de Cabras y Anís, no escondieran mucha felicidad,
pero creo que esa simplicidad es la que otorgaba a aquellas fiestas de alegría
y sobre todo honestidad en el uso y disfrute de las mismas y las concedía el estatus
de irrenunciables e indispensables. Aunque también tendría que ver el hecho de
que este ambiente no volvería a presentarse hasta pasados 12 meses, cosa que
ahora acortó los plazos de espera, a la misma cantidad pero de días. A veces no
sé como lo aguantan los jóvenes de ahora.
El
mero hecho de haberle ganarlo el pulso a un año más, ya debería ser motivo suficiente
para imbuir en nosotros el ánimo suficiente y necesario para afrontar los meses
que nos separan de las vacaciones de verano, que a su vez nos servirán de
trampolín para alcanzar otras nuevas Navidades y convertir nuestras vidas en
pescadillas que se muerden la cola.
Y como me estoy dando cuenta que he convertido este circunloquio
en una especie de relato de las navidades pasadas, prometo volver con las
presentes y porque no también con las futuras.
Espero que todos vosotros tengáis unas muy, muy felices
fiestas llenas de condescendencia y comprensión hacia todos aquellos que no las
entiendan y disfruten como vosotros.
¡¡¡FELIZ
NAVIDAD!!!